Cinco potencias se “afilan los dientes” para explotar la zona
Por GUIOMAR DUARTE y C. DUARTE / El País / España
Madrid - La búsqueda de un paso navegable entre el Pacífico y el Atlántico a través del Ártico ha ocupado la imaginación de monarcas y exploradores.
Hoy la rápida perdida de hielo, a consecuencia del cambio climático, vuelve a alimentar la codicia por los recursos del Ártico, pero a costa del riesgo de cambios abruptos con consecuencias que podrían ser peligrosas para toda la humanidad.
El pasado mes de enero fue el de menor extensión de hielo en el Ártico, 50,000 kilómetros cuadrados, en toda la serie de observaciones desde 1979. Mientras tanto, los representantes políticos de las naciones con territorio en la región reunidos en Tromso, Noruega afirmaban sentirse preocupados por los riesgos que la velocidad de los cambios en el Ártico conlleva.
Todos ellos reconocieron que estos cambios son consecuencia del cambio climático derivado de las emisiones de gases de efecto invernadero y anunciaron la construcción de grandes bases y centros de investigación en el Ártico para detectar los cambios.
Estas declaraciones a duras penas conseguían ocultar el entusiasmo por la accesibilidad que la perdida de hielo ofrece para la explotación de recursos en la zona, que serán accesibles en breve por la pérdida de hielo, incluyendo minerales, petróleo, gas y pesquerías, así como nuevas rutas para el transporte marítimo.
Todos enfatizaron sus derechos sobre estos recursos y airearon discrepancias. Estas incluyen disputas territoriales, el reconocimiento del paso del noroeste como aguas interiores canadienses o como paso internacional y el enfado de Islandia, Suecia y Finlandia por su exclusión de los acuerdos entre los cinco grandes del Ártico (Rusia, EE.UU., Canadá, Dinamarca y Noruega) para la ampliación de sus zonas económicas exclusivas en la región a costa de aguas internacionales.
Los científicos presentaron en la reunión de Tromso distintos modelos para predecir la pérdida de hielo, y el almirante Dave Titley, de la Armada estadounidense, afirmó que dicha institución estima que el Ártico estará libre de hielos en algún momento, y por tanto navegable, en el año 2030, mientras que este periodo se extenderá a tres meses para el año 2040, cuando el transporte marítimo a través del Ártico pasaría a alcanzar un volumen considerable.
A pesar de que los veranos en que ese mar quede libre de hielos parecen algo cada vez más próximo, algunos no están dispuestos a esperar a que esto ocurra.
La codicia por los ingresos que la navegación por el Ártico reportará ha creado tal impaciencia que Rusia anunció el despliegue de una flota de rompehielos nucleares, la Rosatomflot, que garantizará la navegación por el paso del Norte, a lo largo de la plataforma de Siberia, a cambio, eso sí, del pago de abultados derechos de paso. Por su parte, las grandes multinacionales se preparan ya para extraer minerales, gas y petróleo.
Las naciones del Ártico son responsables del 26% de las emisiones globales de dióxido de carbono, contando entre ellas a tres de los 10 países con mayores emisiones del mundo.
Mientras esos países se dicen preocupadas por la velocidad de los cambios derivados del cambio climático, se aprestan a aprovechar los enormes recursos de gas y petróleo que la pérdida de hielo está dejando accesibles, cuyo uso no hará otra cosa que exacerbar el problema del cambio climático.
Esta es la paradoja del Ártico, que se denunciaron en la sección política del congreso Arctic Frontiers. Los rápidos y preocupantes cambios que allá están teniendo lugar permitirán el acceso a más combustibles fósiles cuyo uso acelerará aún más la pérdida de hielo.
Sin embargo, estos cambios amenazan con disparar una serie de mecanismos de cambio abrupto, cada uno de ellos con consecuencias globales, que podrían ir encadenándose en un efecto dominó que supone un claro riesgo de cambio climático peligroso.
La pérdida de superficie de hielo contribuirá a acelerar este proceso, calentando el agua. La pérdida de hielo sobre Groenlandia llevará a un aumento del nivel de mar, mientras que el aumento de temperatura en sedimentos someros y suelos amenaza con liberar cantidades enormes de metano -atrapados en forma de hidratos- a la atmósfera, lo que podría potenciar de forma abrupta el efecto invernadero.
Fuente: El Nuevo Día
Por Yashira Laboy
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