En la madrugada del lunes ultimo, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, hizo un anuncio dramático a la población de su país y del mundo entero. El terrorista islámico Osama Bin Laden fue liquidado por comandos especiales de su país en la casa donde vivía en un suburbio de la capital de Pakistán.
“Inmediatamente después de ingresar al cargo le ordené al jefe de la CIA que convierta esto en su principal objetivo, junto con el esfuerzo de liquidar su red terrorista. En agosto último fui actualizado en el sentido que después de perseverantes esfuerzos había un rastro que podía llevar a Bin Laden. Trabajamos para concretar esta opción”.
“Bin Laden era un símbolo. Su muerte es un gran logro para destruir a Al Qaeda. Este no es el final de la lucha”.
Antes de dirigirse a la ciudadanía, Obama había comunicado el resultado del operativo a los Gobiernos de países amigos, entre ellos a Israel. Por el positivo resultado, recibió los saludos de los líderes del mundo democrático.
Es evidente que para Estados Unidos, la desaparición del líder terrorista del escenario del terror mundial es un paso importante en su aspiración de eliminar por completo las organizaciones islámicas que tienen atemorizado al mundo.
Para Israel, el fin de este terrorista es solamente el comienzo de otra etapa en la guerra interminable contra este enemigo.
Basta oír las palabras del líder de Hamás, Ismaíl Haníe, condenando “el asesinato de un luchador árabe por la libertad”, para comprender que Israel no necesita a Al Qaeda. Acá nomás, a menos de 100 kilómetros de Tel Aviv, coexisten “instituciones de caridad y defensa de los derechoshumanos” como Hamás, la Jihad Islámico y más, con el propósito declarado de “beneficiar al mundo” destruyendo a Israel.
Junto a la frontera norte, existe el movimiento “filantrópico” Hizbollah, armado hasta los dientes ante la impasividad de las tropas de la ONU que deberían hacer cumplir -pero no lo hacen- la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad que puso fin a la Segunda Guerra del Líbano. Más allá, continúa destacándose por su “sentido humanitario” el presidente sirio Bashar Assad que, viendo su comportamiento con la propia población a la que mandó a asesinar por el simple reclamo de mayores libertades, podemos imaginar cuál sería su actitud si dirigiese las armas hacia “el vecino sionista”.
A un par de horas de vuelo en avión pero a pocos instantes si se trata de un misil, está el Gobierno “fraterno” de Irán, con el presidente Mahmud Ahmadineyad a la cabeza, que reitera casi cada día su firme intención de borrar a Israel del mapa, un slogan que en Teherán es aparentemente más popular que el de un aviso de bebidas refrescantes.
Ante este panorama, la tarea de los gobernantes israelíes no es nada fácil. Cuando el país cumple 63 años de existencia enfrenta la misma problemática que el famoso día de mayo en que David Ben Gurión leyó la Declaratoria de Independencia, horas después que los últimos soldados ingleses abandonaron la zona.
Claro que hay una diferencia: Israel no es el de 1948 y sus habitantes demostraron a lo largo de estas más de seis décadas que la intención de arrojarlos al mar no se convertirá en realidad. Celebremos, pues, con orgullo este aniversario, expresando el deseo de que finalmente llegue la paz a la región.Fuente:Aurora Por Bernacet Laboy Para Noticias Velad
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